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La ira y la furia despertaron aullando como lobos famélicos,
y en ese preciso instante lo supo. Como inyectarse insulina, introdujo el
alfiler en el globo ocular que frente al espejo se mostraba altiva, a Ofelia.
Sintió el dolor, cuando vio como su rostro se deformaba, y
su voz era un silencio quebrado y lejano.
Y de sus ojos nacía un riachuelo rojo y serpenteante. Y sus manos fueron puro acero, que golpearon con rabia su abdomen, provocando un vomito visceral, de entrañas agrias i tumorales, cuerpo doblado, roto, fracturado.
Erupciones en su piel, lepra, utopía, sanación y rebeldía, gritos en palabras de oposición, libertad. Los muertos de Ofelia no tienen camposanto, andan perdidos en cunetas desconocidas, bajo olivos olvidados y desnudos. Los muertos de Ofelia, gritan, aúllan, gruñen… buscan su morada.
Los olvidados, no olvidan.
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