No hay palabras en sus ojos.
Ni lagrimas en su boca.
Y sus labios, andan cerrados a ellas.
Sus cabellos se cosieron como raíces
en las entrañas de la tierra.
Su piel se esconde como teclas
–unas blancas y otras negras-
en el viejo piano.
Sus manos instan, desafiantes,
a unos dedos trémulos
a la búsqueda de una
melodía para su cuerpo.
Sus piernas son de frío mármol,
yacen, inertes, como losas
del cementerio.
No hay flores, no hay nombre.
No hay lágrimas
No hay ojos
No hay palabras
No hay boca
Yace inerte, y muerto.
*